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domingo, 6 de octubre de 2013

Sobre el cuento "Una felicidad repulsiva" de Guillermo Martínez

Pues bien, con el libro en mis manos decidí encarar ahora sí el contacto directo con el cuento que da título a la compilación última de Martínez, quien presenta su libro la semana próxima en Palermo Hollywood.
En el juego continuo de causas y azares que tiene mi vida con la literatura, ayer escuché por primera vez el cuento “Sobre la falda” de Elsa Bornemann, el cual forma parte de “Un elefante ocupa mucho espacio”. La historia de esta familia, feliz de estar sentada siempre uno sobre otro, la madre sobre el padre, el hijo sobre ella, los mellizos sobre el hijo, me resuena en algún lugar cuando empiezo a leer esta historia. Que en todo caso, es la historia de dos familias. Los M (nunca sabremos el apellido completo) y la del narrador, en rigurosa primera persona, y también innominado, trucos a las cuales Martínez ya nos tiene acostumbrados. Los M, decía, una familia sempiternamente feliz, al menos, a los ojos de los que “ven” desde afuera. Y me doy cuenta de que mi pregunta sobre qué sería “Una felicidad repulsiva” a unos chicos de secundaria, para ver si podían predecir sin leer, había tenido una respuesta correcta: “La felicidad de otros”, me dijo uno de los alumnos.
El protagonista se obsesiona con esos jugadores de tenis que siempre triunfan, con los adolescentes que se le parecen y a la vez no, que tienen un estilo de vida tan diferente. Y en esa obsesión, de la que no se despega siquiera yéndose del país a estudiar primero y a trabajar después, vemos desfilar años de su vida y de su propia familia, que va desmoronándose poco a poco, como la metáfora de su casa, literalmente “meada por los perros de los vecinos” del piso de arriba, a quienes tuvieron que alquilar por falta de dinero, y por la mala suerte, o vibra, o energía, como se prefiera llamarla. “La ruina de la casa Usher”, le cuenta su hermana y confidente, en una carta y la sombra de Poe asoma, así como la de Wilde en “El retrato de Dorian Gray” para ilustrar a los que nunca envejecen, y siguen siendo felices, reencarnados en nuevas familias, en cualquier parte, que no son las nuestras. También pienso en “Casa tomada”, de Cortázar, para remedar a la que va perdiendo lenta pero inexorablemente a manos de sus inquilinos, la de la familia del narrador.
El cuento tiene un efecto hipnótico y queremos saber, en forma perentoria, cuál es la receta para la felicidad perfecta y sin fisuras de la familia M. Citaremos como el narrador, al catalán Joaquín Bartrina, quien aconseja

“SI quieres ser feliz, como me dices, no analices, muchacho, no analices”.

Una trampa (la de no analizar) que el narrador no puede soslayar, y en la búsqueda de una respuesta satisfactoria se le va la vida.

Silvina Rodríguez
Tierra de Libros

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