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sábado, 15 de febrero de 2014

Recibimos esta dulce historia de Susana Casati de Ruiz:

Mi abuela Adelaida

La recuerdo en forma permanente.
Y esto no es casual, ya que un cuadro pintado por ella queda justo ante mis ojos cuando mi acuesto,  todas las noches. La tela, pintada al óleo, representa un ramo de tulipanes. Estas flores, enmarcadas entonces ricamente en madera dorada finamente trabajada, adornaban el palier de la escalera, en la casa de la calle Fray Cayetano 886, en el barrio de Flores. Ya no tienen marco, se perdió por el camino, cuando, por accidente, el cuadro cayó sobre  una bandeja con cafeteras de metal. La tela también sufrió el impacto, pero supe disimularlo desde su revés, con mágicas telas adhesivas.
 Educada según costumbres de la época, Adelaida aprendió piano, pese a que su vocación no era la música. Pero Adelaida tuvo la inmensa felicidad de conocer al amor. En aquellas épocas, los novios no tenían ningún tipo de intimidad en las familias tradicionales.  Ni siquiera secretos coloquios. Y solían casarse sin amor. No fue el caso de esta pareja. Cuando llegaba su novio, Guillermo Carlos Parody  Dorrego, Adelaida tomaba su sombrero para colocarlo en la percha y de la cinta del sombrero sacaba amorosa cartita, que reemplazaba por otra, escrita por ella.
Se amaban y se lo decían con cálidas palabras.
Después de la boda, Guillermo contrató un profesor de pintura y Adelaida pudo dar rienda suelta a su vocación, dejando como legado muestras de su talento, de las cuales conservo dos: una, los tulipanes, otra, un pequeña tablita en la que una delicada mujer lleva un candelabro con una vela encendida. Una de sus manos hace de pantalla y el juego de luz, sombra y transparencia es perfecto y asombroso.
La pareja tuvo cuatro hijos: mi madre fue la mayor y Guillermo Pedro, Carlos Augusto y Marco Aurelio, mis tíos.
En la casa había una salita, con sillones, sillas y vitrina.  Allí, en las buenas épocas, se recibían las visitas. Pero yo recuerdo una ocasión, en las épocas de enfermedad y de estricta modestia. Me llevó y me dio una moneda. Y yo la escondí en un zapato, para preservar ese estricto secreto-que hoy revelo- entre las dos.
Tuvieron muy malos y prolongados momentos de enfermedad, pero nunca oí salir una queja de los labios de mis Abuelos.
Adelaida, abuela mía, te recuerdo todas las noches y a mi hija le puse tu nombre.

                                                                              Susana Casati de Ruiz

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