Recibimos esta dulce historia de Susana Casati de Ruiz:
Mi abuela Adelaida
La recuerdo en forma permanente.
Y esto no es casual, ya que un cuadro pintado
por ella queda justo ante mis ojos cuando mi acuesto, todas las noches. La tela, pintada al óleo,
representa un ramo de tulipanes. Estas flores, enmarcadas entonces ricamente en
madera dorada finamente trabajada, adornaban el palier de la escalera, en la
casa de la calle Fray Cayetano 886, en el barrio de Flores. Ya no tienen marco,
se perdió por el camino, cuando, por accidente, el cuadro cayó sobre una bandeja con cafeteras de metal. La tela
también sufrió el impacto, pero supe disimularlo desde su revés, con mágicas
telas adhesivas.
Educada
según costumbres de la época, Adelaida aprendió piano, pese a que su vocación
no era la música. Pero Adelaida tuvo la inmensa felicidad de conocer al amor.
En aquellas épocas, los novios no tenían ningún tipo de intimidad en las
familias tradicionales. Ni siquiera secretos
coloquios. Y solían casarse sin amor. No fue el caso de esta pareja. Cuando
llegaba su novio, Guillermo Carlos Parody
Dorrego, Adelaida tomaba su sombrero para colocarlo en la percha y de la
cinta del sombrero sacaba amorosa cartita, que reemplazaba por otra, escrita
por ella.
Se amaban y se lo decían con cálidas palabras.
Después de la boda, Guillermo contrató un
profesor de pintura y Adelaida pudo dar rienda suelta a su vocación, dejando
como legado muestras de su talento, de las cuales conservo dos: una, los
tulipanes, otra, un pequeña tablita en la que una delicada mujer lleva un
candelabro con una vela encendida. Una de sus manos hace de pantalla y el juego
de luz, sombra y transparencia es perfecto y asombroso.
La pareja tuvo cuatro hijos: mi madre fue la
mayor y Guillermo Pedro, Carlos Augusto y Marco Aurelio, mis tíos.
En la casa había una salita, con sillones,
sillas y vitrina. Allí, en las buenas
épocas, se recibían las visitas. Pero yo recuerdo una ocasión, en las épocas de
enfermedad y de estricta modestia. Me llevó y me dio una moneda. Y yo la
escondí en un zapato, para preservar ese estricto secreto-que hoy revelo- entre
las dos.
Tuvieron muy malos y prolongados momentos de
enfermedad, pero nunca oí salir una queja de los labios de mis Abuelos.
Adelaida, abuela mía, te recuerdo todas las
noches y a mi hija le puse tu nombre.
Susana
Casati de Ruiz